16 mar 2010

El Aguatero











!Por la Revolución de las Ideas!


En primavera empiezan a florecer los aguadores. Pululan por doquier y desaparecen al terminar el verano. Hay uno, sin embargo, que fulgura en todas las épocas del año. Lo he observado durante algún tiempo y esta siempre saludable, enérgico, pertinaz. Es el Aguatero. Único en su especie, Solamente se encuentra en una sencilla esquina de este hermoso jardín de la Florida que es Miami. He buscado otro ejemplar en distintos sitios de la ciudad y, francamente, no existe algo similar. Es excepcional.

Su tronco es casi octogenario, de fuerte contextura y estatura mediana que parece agigantarse cuando se aproxima. Tiene la piel ajada por la intemperie de la necesidad y la vigilia de los afanes que no cesan. Un ramillete de cabellos canos brilla en su cabeza de la misma manera que la esperanza reverdece en su actitud.


Sus movimientos son firmes y decididos como sus pasos que, aunque seniles, son ágiles, rápidos, encaminados con determinación al logro de la rima contante y sonante del billete de dólar en que debe rematar el verso espontaneo entre el y su fugaz cliente.


Todos sus sentidos se ponen en alerta para asistirlo en el breve intervalo de la luz roja a la luz verde del semáforo en la esquina. Mientras los conductores detienen el movimiento, el aguatero emprende su fogosa actividad hacia ellos. Para el es una ráfaga de luz verde a la supervivencia.

Unos lo miran como si fuese un pobre anciano desamparado; algunos lo admiran pero no le compran; otros se comportan indulgentes pero aplazan su decisión de comprarle y cuando se deciden es tarde por cuanto la luz ha cambiado al verde que les obliga a continuar la marcha. Se alejan con la pesadumbre de su vacilación. No faltan los sedientos que le llaman y los no sedientos que sin embargo le compran para fomentar la libre empresa. Hay quienes lo hacen por compasión o por altruismo.No faltan aquellos que emiten un gesto de desagrado por la interrupción de su ensimismamiento.

En todo caso, produzcase o no la venta, el aguatero continua imperturbable en su oficio, sin impresiones de ganancia o perdida, con la gratificante sensación de realizar su trabajo, día a día, momento a momento, porque esa es su devoción, distinta a la de quienes permanecen en oración al ser supremo o en rogativas al azar para que provea a sus necesidades sin esfuerzo alguno.


Como si fuese un roble en movimiento, el hombre acude infaltable a su trabajo. Se respeta a si mismo e imprime amor a lo que hace. Es la autoconfianza que lo conduce seguro a la tenacidad. Es una cátedra de vigor y lucha, de honrosa labor y desdén por las murmuraciones, tan comunes en mentes debilitadas por el afán de aparentar lo que no son, de figurar sin hacerse cargo de si mismo, con pretensiones de grandeza sin sacrificio o de nobleza sin humilde actitud.

La mirada atenta, afectuosa y una sonrisa amplia y generosa se suman al ademan de ofrecimiento de la botella de agua helada a cada conductor que le es posible abordar en ese brevisimo instante. Al final de su exigua intervención deja en el corazón de quienes lo han visto un agradable aroma de optimismo y la sonoridad de una palabra: gracias. Es el poema diario del aguatero, un canto a la vida, una canción de gratitud por la existencia.



FAN VANQRO
Miami
Columnista Invitado
www.latribunacolus.blogspot.com

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