!Por la Revolución de las Ideas!
Maria Astrid Toscano
Columnista
latribunacolus.com
Para mí, amor nunca ha sido sinónimo
de matrimonio, es más, durante muchos años estuve convencida que lo
único que quería vivir en cuanto amor era uno de esos
romances locos, aventureros, libres, en el que las dos personas se
entregan, se admiran, se respetan, se disfrutan, se aman de verdad y
duran entre 3 o 4 años y en ocasiones solo un par de meses o
incluso días. Sí, fui criada por mujeres y viendo películas y
telenovelas rosas que pintaron mi cerebro de corazones.
He visto todo tipo de matrimonios. Ese
en el que el hombre es ‘el hombre de la casa’ y la mujer simplemente se
moldea, se acomoda, se adapta a su hombre… triste,
triste. Aquel en el que la muestra más sincera de amor es la paciencia y
la tolerancia tras la pelea diaria, que es más sagrada que el mismo
sagrado matrimonio. Otro en el que se aparenta tener una
relación de dos, pero en realidad son 3, 4 o 5… y no precisamente por
los hijos. Los he visto sinceramente enamorados, pero desesperados por
la plata, por los suegros, por los amigos, por el licor o
cualquiera de esas cosas que desgastan el corazón. También he visto los
duraderos y hasta verdaderos, los que le hacen honor al ‘hasta que la
muerte nos separe’, como el de mis abuelos que hace una
semana cumplieron 58 años de casados.
Debería creer con mayor fe en el
matrimonio, tengo el ejemplo en casa, si mis abuelos pudieron…
cualquiera puede. Pero vuelvo a mi principio, el matrimonio no es
sinónimo de amor. El matrimonio es un acuerdo, un compromiso y
legalmente, un contrato. Y no es que quiera quitarle el romanticismo que
existe en torno a la luna de miel, el vestido blanco, las
flores de la boda, ese hombre fantástico en el altar esperando a la
hermosa mujer que recorre la alfombra roja del pasillo central de una
iglesia. No, eso no dejará de ser romántico ante mis
palabras, son más poderosos los sueños y los deseos.
No quiero quitarle el romanticismo,
pero sí esa imagen idílica que conlleva el matrimonio como la mayor
expresión del amor ¡Mentira! ¡Ey! Ni los heterosexuales ni
los homosexuales necesitamos de un papel que nos diga que nos amamos.
Amo a mi madre y no tengo un papel legal que diga eso, amo a mis amigos y
no por eso voy a casarme con ellos, he amado a varios
hombres y les aseguro que el matrimonio no ha estado entre mis
manifestaciones de amor… he preferido cartas de colores y palabras
bonitas, cenas con velas y buen final, abrazos rompecostillas,
miradas sublimemente eternas, flores, he cruzado ciudades, los he
cuidado cuando han estado enfermos, los he acompañado a horribles
reuniones poniendo cara de ponqué, he llegado envuelta en cinta
como regalo de cumpleaños y cualquier cosa que me permitiera ver el
placer, felicidad, sorpresa y alegría dibujados en su rostro.
El matrimonio es un sacramento de los
católicos, no una muestra de amor. Señores y señoras LGBT, no les demos
gusto a los curas godos y retrógrados que caminan como
caballos con los ojos tapados. No a esos maricones que se esconden tras
sotanas de católicos perfectos o jueces todos-juiciosos. ¿Por qué seguir
el tortuoso camino que han transitado los
heterosexuales y que los ha llevado a dejar de creer en el amor? ¿Para
qué asumir una carrera loca tras la búsqueda del matrimonio en vez de
hacerlo por el amor?
Columnista
latribunacolus.com
No hay comentarios.:
Publicar un comentario