Extraño aquel lejano encanto de
la vida familiar en domingo. Desde las primeras horas, en sus fulgurantes
mañanas, este día nos transmite una especial combinación de dicha, sosiego y
esparcimiento, que nos invita a expresar
gratitud al Creador y amor a lo nuestro.
Pensamos primeramente en padres e hijos y después en hermanos y
parientes cercanos, haciéndole un guiño cariñoso a la esposa, quien ocupa un
lugar especial en nuestra vida actual.
Devienen entonces los deseos de cumplirle a las tradiciones que nos
acompañan desde la niñez y que cultivamos en el seno del hogar paterno hasta
que llegó la hora de emanciparnos.
Y nuestros padres siempre
esperaban ansiosos la llegada del
domingo, aunque no lo manifestaran abiertamente. No necesitaban hacerlo. Se les
notaba en sus rostros y en todos los preparativos que silenciosamente
adelantaban más para disfrute de la
familia que de ellos mismos.
Pero esta dicha y esfuerzo no eran simplemente dominicales.
Constituían un eslabón más de su larga
cadena de sacrificios adosados al amor que nos prodigaban día y noche sin
importarles las circunstancias de salud
o enfermedad, de holgura o estrechez económicas.
Aquí tengo que agradecerles de
nuevo por todo, incluso por aquellos esfuerzos que hicieron para que fuéramos lo que ellos deseaban y en lo cual
fallamos por algún motivo y hoy quisiéramos satisfacer siendo ya demasiado
tarde. Viene a propósito la sentencia
aquella de cuando pudiste no quisiste y
ahora que quieres ya no puedes.
Hoy recuerdo con cierta
tristeza aquellos momentos en que mi
madre y mi padre ya solos, sin la continua presencia nuestra porque habíamos
crecido y emigrado hacia nuestros propios destinos, lo cual aceptaban muy a su
pesar, me encarecía a mí y a mis hermanos mayores, por separado, que no dejáramos de visitarlos en domingo
porque vernos reunidos era la mejor manera de manifestarles nuestro amor brindándoles un gran aliciente en su vida y sirviendo de ejemplo de tradición familiar
para los descendientes.
Sin embargo, la vida nos enseña
cada día que no siempre suceden las cosas como deseamos sino que debemos
mantener una actitud constructiva frente a los sucesos cotidianos.
La era cibernética indudablemente
nos facilita la comunicación global e instantánea con todas las posibilidades
virtuales de interrelación mas no aquellas
de contacto personal cálido que desearían
nuestros progenitores así como nosotros mismos. Las nuevas generaciones
son un producto digital cuyos
primeros pasos y manoteos, así como sus balbuceos, casi constituyen lo
único disfrutable en familia. Muy prontito se aferran a los innumerables
aparatos tecnológicos que los absorben completamente.
Aquel clamor de mi madre me
induce a solidarizarme con los jóvenes padres de hoy a quienes seguramente les
acontece una situación parecida ya no solamente los domingos sino cada día de
sus vidas, acosados por necesidades de toda índole que los obliga a concentrar sus energías en la satisfacción
de las mismas con cierto detrimento de la vida en hogar.
Los mayores no deben dejar de
procurar esa armonía familiar y los menores no descuidar a aquellos por ningún
motivo pues no hay todavía ningún valor, ninguna cosa que supere la felicidad que brinda una vida
familiar rodeada de amor, comprensión, respeto y generosidad entre unos y
otros.
LUIS FERNANDO VALENCIA Q.
Columnista
LaTribunacolus
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